Traduciendo un mensaje desde el amanecer de los tiempos
Existen determinadas palabras que, con tan sólo mencionarlas, generalmente desencadenan un arsenal completo de gestos e improperios indicativos de una incredulidad impenitente, que van desde voltear los ojos hasta gruñir de absoluto desprecio. Una de esas palabras es “hadas”, otra es “fantasmas”… y otra más es “Anunnaki”.
Lo interesante es que el concepto de los Anunnaki, que de golpe pone de cabeza nuestra concepción de la historia, así como de la antropología, la arqueología e incluso la genética, proviene de una traducción.
En 1849, el arqueólogo británico Sir Austen Henry Layard se encontraba trabajando en Babilonia (al sur de la actual Bagdad) cuando hizo el primer descubrimiento en la época moderna de las tablas sumerias con texto cuneiforme. Las traducciones iniciales de estos textos revelaron sorprendentes similitudes con la Biblia, incluso dan cuenta de un diluvio universal. Sin embargo, en 1976, Zecharia Sitchin, autor e investigador de origen ruso, escribió El 12º Planeta, el primero de una serie de libros basados en una nueva y muy controvertida interpretación de los textos sumerios.
La serie, titulada Crónicas de la Tierra, ha trazado la más imborrable e irreconciliable de las líneas entre las acérrimas facciones de los evolucionistas y de los creacionistas desde El Origen de las Especies de Darwin.
El relato de Sitchin inicia con un planeta en nuestro sistema solar llamado Nibiru, el cual ha desafiado hasta ahora el descubrimiento de la astronomía contemporánea, y sus habitantes, conocidos como los Anunnaki, que significa “aquellos que descendieron de los cielos”. De acuerdo con Sitchin, los Anunnaki llegaron por primera vez a la Tierra hace aproximadamente 450,000 años para extraer oro, el cual necesitaban con urgencia para reparar su atmósfera que se agotaba rápidamente. Esta misión interplanetaria estaba comandada por los hermanos Enki y Enlil, hijos del regidor supremo de Nibiru, Anu, el señor del cielo.
Extraer oro resultó ser una tarea muy ardua, lo que dio lugar a protestas de los mineros Anunnaki. Viendo esto, Enki con la ayuda de su hermana, Ninhursag, realizó ingeniería genética en un simio nativo terrestre, combinando su ADN con el de los Anunnaki para crear un ser capaz de realizar esta exigente labor. Así fue como se originó la raza humana, cuyo primer espécimen fue nombrado Adamu. La mayoría de la extracción de oro se llevó a cabo al sur de África, donde se desplegaron los primeros trabajadores humanos.
Tiempo después, Enki decidió que la mejor manera de propagar esta nueva fuerza de trabajo sería dotándola con la capacidad de reproducirse de manera independiente. Este desarrollo evolutivo enfureció a Enlil, quien entonces intentó erradicar este híbrido genético con un diluvio universal. Pero el plan para destruir su creación llegó a oídos de Enki, quien instruyó a un ser humano, conocido como Atrahasis, a que construyera una embarcación y así salvar a su familia y a otras criaturas del inminente cataclismo.
El consecuente conflicto fraternal entre Enki y Enlil también condujo a que este último destruyera un lugar al sur de Mesopotamia que se creía representaba una fuerte amenaza militar para él (quizá una plataforma de lanzamiento de poderosos misiles y cohetes). La construcción en cuestión se llamaba Etemenanki, también conocida como la Torre de Babel.
Desde una amplia gama de campos de estudio se ha aportado evidencia que respalda la credibilidad de este relato en términos generales, incluyendo la codificación genética; la egiptología con sus deidades híbridas como Horus, Anubis o la Esfinge; la antropología con su famoso eslabón perdido; así como las leyendas provenientes de civilizaciones dispersas en todo el mundo, desde los zulúes en Sudáfrica, hasta los indios Hopi en Arizona y los polinesios en el Pacífico.
Ya sea que esta versión de nuestra creación como especie sea más o menos creíble que las demás, como la del Viejo Testamento, los Vedas o el Popol Vuh (algunas de las cuales, al igual que la obra de Sitchin, han sido acusadas de estar mal traducidas), no es más por lo pronto que una cuestión de conjetura. No obstante, un hecho indiscutible es que es cada vez más la evidencia arqueológica y antropológica que se opone a la versión convencional de la historia humana temprana.
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