La brillante y esquiva mariposa de la traducción

La brillante y esquiva mariposa de la traducción

Una comúnmente aceptada “verdad” de la traducción es que ésta debería ser una representación fidedigna del texto original. Desafortunadamente, la mayoría de los traductores que intentan hacer esto terminan quemándose las pestañas y mordiendo sus teclados cuando esta representación fidedigna se escapa de entre sus dedos. Lo que deberían hacer es preguntarse si una traducción fidedigna es posible, o incluso deseable.

Quizás conozcan el “análisis de traducción” del erudito de traducción francesa del siglo XX, Antoine Berman, porque sí estudiaron traducción. Berman propuso la “fidelidad absoluta” al texto original y clamó que era una “obligación ética” para los traductores. Por supuesto, esta incorruptibilidad tiene mucho que ver con una muy larga historia de traducciones de La Biblia que se afanaban con transmitir el “mensaje” original, incluso si esto requería el uso de prosa rebuscada o no tenía sentido alguno.

Cuando no estaba escribiendo novelas o persiguiendo mariposas, Vladimir Nabokov pasó un tiempo traduciendo Eugene Onegin de Pushkin siguiendo este método. El poema en sí sólo ocupaba una fracción de las 1,895 páginas de traducción, ya que Nabokov se distrajo, atacando sin piedad los intentos anteriores de hacerle justicia a Onegin, llamándoles “traducciones libres”. Nabokov era famoso por favorecer la “utilidad” sobre la estética y exigir que los lectores experimentaran el idioma original, lo que significaba tergiversar siniestramente las palabras sin que importara realmente si la traducción era placentera de leer. Arrancaba palabras de algún viejo diccionario y las salpicaba por toda la página, resucitando gemas tales como “mollitude” (molestia), “ancientry” (antigua), “shandrydans” (un tipo de carruaje antiguo), “agrestic” (agreste, rústico), “muzzler” (bozal, fuerte viento opuesto) y “scrab” (rascar, raspar), todo en nombre de la fidelidad hacia Pushkin.

Del otro lado de la balanza se encuentran los escritores que ponen de cabeza a Nabokov y reescriben los textos a su imagen y semejanza. El estilo, las sutilezas e incluso el lenguaje del texto original son consideraciones mínimas cuando el traductor decide mejorar el original y crear su propia obra maestra para deleite del público lector. Si alguna vez se han preguntado por qué hay tantas traducciones del mismo texto, ésta es una razón: siempre hay alguien que cree que puede mejorar el pasado y reescribirlo a su imagen.

Estos dos extremos son los estándares con los que se juzgan casi todas las traducciones, aunque la mayoría de los traductores pasan su tiempo en un punto intermedio, preocupándose por ser fieles al texto pero no queriendo sonar obtusos. Ya que la mayoría de estos traductores no son tan famosos como Nabokov, ni siguen su ejemplo, suelen ser satanizados por sus intentos de hacer que los textos sean más legibles, acusados de diversos grados de “maldad”. Cometen errores porque son ignorantes o no saben cómo investigar correctamente, omiten palabras o pasajes enteros porque no quieren traducir los trozos difíciles (como Constance Garnett, la famosa traductora de Dostoyevsky), o modifican los textos para adecuarlos a una audiencia imaginada o anticipada… es decir, todos ustedes.

A pesar de sus debilidades, se espera que estos traductores por lo menos conozcan los idiomas con los que están jugando, entiendan las culturas involucradas y posean el don del mimetismo. Deben entender contextos, las reglas básicas del lenguaje, los registros y, por supuesto, algo tan simple como el significado; de lo contrario, escribirán cosas como éstas, que confundirán a los turistas en Huatulco:

Please turn off your cigarette. (Por favor “desprenda” su cigarillo).

Ofrecerán tratos que no pueden cumplirse, ni siquiera en España:

Locals for sale or rent. ([Personas] locales en venta o renta).

O harán que las personas se burlen al entrar a una tienda:

English well talking / Here speeching American (Inglés bien hablando / Aquí hablándose Americano).

Si bien el traductor profesional, sudando tinta y sacando palabras diariamente, puede parecer lejano de las vertiginosas alturas del escritor profesional de ficción, enfrenta estos problemas diariamente. La traducción técnica representa más o menos el 90% de toda la labor de traducción profesional y todos estos traductores técnicos enfrentan los mismos dilemas que los traductores literarios: ¿debería ser fiel o creativo?

Como cualquier profesional lingüístico, los traductores técnicos lidian con textos especializados y requieren conocimiento del tema, dominio del lenguaje técnico, el apoyo de diccionarios (que ojalá sean recientes), enciclopedias y glosarios, así como estar familiarizados con las convenciones de escritura en el (los) campo(s) que manejan. Necesitan encontrar un equilibrio entre la teoría –lo que estudiaron- y la práctica –lo que han aprendido sobre la marcha.

Ningún traductor que se respete arrojará el texto al traductor de Google para una sustitución de palabras, ya que no quieren ser responsables del sinsentido que resulta y sí se enorgullecen de su trabajo (en serio).

Estos traductores nunca le pedirán que “se baje los pantalones para un mejor resultado”. Rara vez le dirán que “el supervisor provee toda el agua que se sirve aquí” y esperamos que nunca le pidan “dejar los valores en la entrada”.

Créalo o no, similar al debate sobre la idea de Nabokov de la fidelidad absoluta y las “traducciones libres”, al campo de las traducciones técnicas ahora le importa mucho el propósito de las traducciones y las pobres almas que deben leerlas.

Así pues, todos los traductores deben decidir en algún punto cuánta miseria o dicha desean causar a aquellas pobres almas que llamamos lectores antes de mascar el texto original y escupirlo en otro idioma, asegurándonos de nunca decir “tomamos sus bolsas (o traducciones) y las mandamos para todos lados.”

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